ROSALBA CAMPRA - La libertad

LA LIBERTAD
Rosalba Campra

   Podrás ir caminando por el filo de la sombra hasta la parte alta de la ciudad. Nadie te dirá: por ahí no se pasa. Encontrarás entornada la verja de esa casa que te ensanchaba los ojos de deseo cuando eras chico. Ningún guardia te cerrará el camino, ni te prohibirá caminar sobre los macizos de anémonas hasta el estanque, entrar en los salones enguirnaldados sin que nadie te anuncie. Marcarás con caramelos tus itinerarios por las plazas, elegirás en la biblioteca central los manuscritos más ricamente iluminados para recortar las figuras, y nadie llamará a la policía, ni siquiera cuando en las farmacias te pongas a volcar uno a uno los tubos de píldoras fosforescentes que se desparramarán hasta la calle con un alboroto de perlas desenhebradas, o cuando busques en el negocio del anticuario, donde todo fue siempre demasiado caro, los más rotundos sillones coloniales, los espejos de azogue deslucido, y te los lleves sin pedir permiso. Ningún empleado del correo protestará porque te has puesto a abrir las cartas –a veces de amor– dirigidas a otros, o a usar los telegramas para hacer avioncitos que terminan por amontonarse en el mismo rincón. Ningún camarero te impedirá descorchar todas las botellas de los vinos añejos, y probar apenas un sorbo de cada una, sentado a la terraza frente al mar. Inútilmente esperando que la mujer más hermosa de la ciudad, que una mujer, que alguien, baje a sentarse contigo, y te acompañe después al teatro donde nadie te exigirá la entrada ni tratará de imponerte buenas maneras cuando te arrellanes en el palco presidencial frente al escenario vacío. Ese es el lado malo, ya te habrás dado cuenta, de ser el único sobreviviente.